RELATOS ANTÁRTICOS 9
El mar de noche. Pocas cosas debe haber tan misteriosas como la imagen del mar perdiéndose en la oscuridad. En los dos años que siguieron al viaje a Antártida, me dediqué con mi pintura a recorrer círculos alrededor de esta idea. Mientras transcurrían las noches de navegación del cruce del Drake, desde el interior del barco se entreveía esa inmensidad.
De día, si el barco escoraba, la ventana al lado de mi cucheta quedaba sumergida por momentos, y mostraba el verde azul muy profundo del agua. Después del atardecer, en cambio, el mar en penumbras se confundía con la oscuridad y los resplandores de la débil noche austral.
Una vez, durante el corto tiempo en que la noche se cerraba completamente, se llegó a ver a los lejos la luz blanca de otro barco. Estaría a varias millas de nosotros, pero eso no impidió que la lejana lucecita me reconfortara; después de todo no estábamos tan solos en ese enorme mar.
Traté de imaginar muchas veces cómo serían los sentimientos que experimentan quienes pasan invernadas en Antártida. La navegación oceánica en latitudes tan alejadas debe tener sus aspectos en común. Nos hace conocer una escala del paisaje que impresiona por lo desmesurado, por estar más allá de lo que conocemos habitualmente en el mundo del hombre.
Las noches polares, de varios meses, deben ser sobrecogedoras, aisladas en una naturaleza circundante a la que todos los seres vivos abandonan al emigrar a latitudes más cálidas, en donde exista la luz del día. Si el paisaje del mar durante la noche, en una noche finita, de unas pocas horas, puede resultar inquietante, cómo será la llegada del invierno polar, al ver transformarse el mar en una inmensidad congelada e infranqueable, un gigantesco desierto blanco en la oscuridad.
Muchas veces también imaginé cómo sería el espectáculo de las auroras australes; la energía perdida del sol colándose en nuestra atmósfera a través de las zonas polares, colores fantásticos dibujando en el cielo, dejándonos ver la escritura del espacio.
Anoche, una noche de otoño desde mi taller en Villa Gesell, durante un temporal se cortó la luz en parte de la ciudad. Entonces se vio cómo la iluminación eléctrica había estado ocultado un paisaje mágico. Sobre la profunda oscuridad del agua, la espuma de las olas embravecidas por la tormenta fosforescía levemente y dejaba ver las formas del mar en su violento movimiento. Las nubes bajas, corriendo a gran velocidad sobre el agua, también se veían pálidamente iluminadas desde abajo. Agua y cielo se fundían en el horizonte, en una zona de bruma y negrura insondable.
La imagen del océano entrando en el invierno… la visión de la noche poblándose de luces sobrenaturales… encontrarse junto a una orilla hacia el infinito.
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