CABO DE HORNOS 3
EN EL CENTRO DEL MAR
Una idea que me suele acompañar, es la de que el agua, así como es una eficaz transmisora de sonidos, de temperaturas, y de distintas formas de ondas y movimientos, también es mensajera de algún tipo de información de índole espiritual. Quizás es un sentimiento que se deba al hecho de que del agua surge la vida de nuestra especie, y de que tal vez nunca hemos cortado por completo algún profundo lazo que nos hace permanecer lo más cerca que podamos de la orilla, bajo los efectos de la poderosa fascinación del océano.
Existe hacia el sur, donde terminan todas las costas, una zona en la que se abre el mar. Allí el hombre puede llegar si se aventura, pero se trata de una región del planeta en la que no están dadas condiciones que puedan resguardar su supervivencia…
Los pobladores originarios más australes del mundo, los yámanas, navegaron desde el Canal de Beagle hasta muy al sur con sus canoas de madera, transportando a bordo un fuego que debían conservar como a la propia vida. Los archipiélagos del extremo sur eran visitados por ellos y formaban parte de su universo; se cree que además conocieron islas subantárticas, como las lejanas Diego Ramírez, unas sesenta millas al sudoeste del Cabo de Hornos.
También llegaron muy al sur las piraguas de remotos navegantes de los mares australes de la polinesia; un mar de arrurruz, así es como llamaron al Océano Austral cuando comenzaba a congelarse… El arrurruz era una sopa de fécula blanca, como el hielo… Entonces… ¿hasta dónde navegaron?
Mucho más tarde, en secreto y acicateados por la ambición, los barcos de cazadores de lobos y ballenas se alejaron hacia el sur hasta más allá del mundo conocido… mucho más allá de las regiones a donde podía alcanzar la mirada de su dios… y ocultando celosamente estos derroteros…
Desde hace tiempo suelo pensar en las zonas antárticas como en un espacio que nos presenta un límite, y al mismo tiempo una orilla… Sin técnicas y equipamientos desarrollados para ello, es imposible para el hombre sobrevivir allí; Antártida es el único continente que no tiene pobladores originarios. Sin embargo el polo magnético nos atrae, y desde siempre nos empuja a embarcarnos en peligrosos viajes, a alejarnos en dirección a un territorio donde termina el mundo del hombre, pero donde, quizás intuimos, debe comenzar algo…
Durante esta navegación hacia el sur, hubo un momento, muy claro, en el que sentí que comenzábamos a atravesar ese límite hacia un lugar por fuera de nuestro mundo; fue cuando la tormenta comenzó a arreciar al adentrarnos en Bahía Nassau.
Al dejar atrás la Isla Navarino se abre este espacio de mar entre las islas, que recibe el embate de los vientos que llegan desde el Pacífico. El anochecer, que nos envolvía a medida que ganábamos en latitud a través de la bahía, era hermosísimo, pero muy duro. Las olas pasaban constantemente sobre la proa, y el barco golpeaba al abrirse paso entre el movimiento del mar. La rompiente contra las últimas estribaciones de Navarino y Lennox pulverizaba el agua, que era arrastrada por el viento y brillaba a la última luz del día.
El sol aparecía de a ratos entre nubes muy negras, y por momentos, teñía de dorado un mar oscuro y violento. El paisaje, como si se tratase de una imagen en una hoja de papel que bate el viento, mostraba alternativamente, según el ángulo de la luz, una faceta luminosa y otra terriblemente sombría.
El capitán se quedará al timón toda la noche. Vamos siempre a motor. Mis compañeros de viaje, todos navegantes muy experimentados, le ofrecen relevarlo mientras todavía haya luz, pero no acepta, sería muy peligroso llevar el barco entre estas islas de piedra para quien no conozca muy bien la zona.
Esa noche se me hace difícil conciliar el sueño. Me meto en la cucheta atándome bien, pero la caída del barco entre las olas es vertiginosa. Intento relajarme para dominar un principio de mareo. De a poco empiezo a sentirme mejor y hasta consigo disfrutar la noche, tratando de concentrarme en la idea de no ofrecer resistencia al movimiento, sino de estar recostada blandamente sobre el mar.
Al amanecer me despiertan las maniobras de fondeo. Estamos en Caleta Maxwell, ahora sí, fuera del mundo…
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