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CABO DE HORNOS 5


LA TEMPESTAD ENTRE LAS ISLAS


La cartografía del archipiélago de la Isla de Hornos, al igual que la cartografía de Antártida, aún hoy es imprecisa; navegar a través de un laberinto de islas de piedra que asoman del mar, se convierte en un arte en el que toman parte la observación, el conocimiento de la zona y la experiencia de navegación en altas latitudes.


Los instrumentos a veces nos mostraban en una posición que no coincidía con nuestra ubicación real, por lo que había que corregir esta información con la imagen que iba mostrando el radar a medida que el barco avanzaba por brazos del océano entre las rocas, y abriéndose paso a través de un mar que había seguido creciendo durante nuestra espera en la caleta protegida. Para volver a aguas abiertas nos movemos remontando el trayecto que la pantalla nos muestra hicimos al llegar; Alex al timón y el capitán en la proa, por si hiciera falta esquivar bancos de algas. Preparándome para el movimiento que tendremos, me trabo en un rincón de la timonera desde donde tengo buena vista del exterior. La cubierta, a medida que volvemos a salir, es barrida continuamente por el mar…


Dentro de unos días, durante una madrugada en Ushuaia, me despertaré con el espectáculo de la bahía clareando, tan tranquila como un espejo, comenzando a iluminarse muy temprano y reflejando en el agua inmóvil a un resplandor casi sobrenatural, amarillo y verdoso… Era una visión como de sueño, de luces en el cielo, que me hicieron pensar en los colores iridiscentes de las auroras polares que tanto imagino, y también en la naturaleza de estas dos imágenes, tan alejadas entre sí, la de ese quieto amanecer, como de cristal, y la de la tempestad, que recordaré para siempre, y que conocí mientras intentábamos acercarnos al último cabo.


Desde el Pacífico, ya llegaba al archipiélago un vendaval de más de sesenta nudos. Las olas que ese viento helado levantaba, muy oscuras, ganaban en altura al encontrarse atrapadas entre las islas; viajaban en distintas direcciones después de chocar contra la roca, y generaban rompientes en lugares inesperados al encontrarse entre sí. Las rachas, aún más densas por el frío, golpeaban y pulverizaban el agua; se veía de tanto en tanto una zona de polvo de mar llevado por el viento, desplazándose sobre la superficie. Hay mucho rolido y cabeceo del barco, que avanza a motor y trinquetilla para estabilizar en algo al movimiento.


Finalmente aparece a proa la Isla de Hornos; vemos a lo lejos su faro en el acantilado, y el monumento a los marineros que murieron aquí, en las aguas más peligrosas del planeta; es la figura calada en acero de un albatros, el enorme pájaro color del alba que poco después de nacer se dirige al océano abierto, y allí permanece casi toda su vida. Según se dice, en él reencarnan las almas de quienes mueren en el mar. Para acercarnos hará falta cambiar el rumbo y enrollar la vela, pero el excesivo viento traba la maniobra y no nos permite aproximarnos demasiado. Pero está ahí, el cabo donde termina el mundo, y en donde confluyen las fuerzas de todos los mares. Nos está mostrando su expresión más temida, por la cual este lugar es mítico como zona de navegación, la tempestad llegando a las islas…


A medida que emprendemos rumbo nuevamente hacia el norte, el mar comienza a embravecerse aún más.




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