CABO DE HORNOS 4
CALETA MAXWELL
El aire es extremadamente frío, y muy violento el golpe del viento al caer dentro de la caleta. Estamos en el interior de un anillo de piedra que nos protege del vendaval. Al borneo, el paisaje de las montañas gira muy despacio alrededor nuestro. Al entrar a Caleta Maxwell, los fuertes vientos que se esperaban, llegando del sudoeste, ya comenzaban a azotar la zona.
Desde el centro del círculo, vemos la imagen de un mundo en el que somos intrusos. Las laderas están cubiertas por un bosque húmedo y oscuro, al que el viento obligó a permanecer muy cerca de la roca y a adaptar su crecimiento a la forma de la pendiente. Este pequeño bosque existe aquí al refugio de vientos que se encuentran entre los más intensos de los mares navegables; por fuera de la isla, la roca desnuda…
Entre las paredes de la caleta, tras el bosque que crece en la piedra, hay una abertura, como una puerta… Atravesándola, nubes bajas y petreles muy blancos llegan a la bahía protegida; entran también a reparo después de viajar a ras del mar por el océano exterior… La zona de tormentas ya está sobre las islas.
Las montañas desaparecen por momentos en el aire que se nubla, y el paisaje del anillo de piedra rodeando al agua muestra una imagen irreal. Las rachas heladas pueden caer desde cualquier dirección con increíble fuerza; y también la luz desorienta, el día es muy oscuro por la tormenta, pero al llegar la noche, la luminosidad que consigue traspasar el estrato de nubes permanece por largo tiempo.
Esperaremos aquí, en la cálida protección de la cabina del barco, entre las lecturas y charlas de a bordo. Las tazas humeantes empañan los vidrios, de vez en cuando seco alguno para ver hacia dónde estamos borneando, nos movemos en lentos círculos. De a ratos salgo a sentir el frío y a mirar la caleta balancearse, girando alrededor del barco con la oscilación que nos da el viento. Los golpes de un aire tan frío que corta, y el paisaje sobrenatural me resultan inquietantes, y quizás también la conciencia de aislamiento y lejanía; somos el único barco en el archipiélago.
Al llegar la mañana del segundo día se decide seguir navegando. Los mapas meteorológicos muestran que el mal tiempo se extenderá casi toda la semana, por lo que salir al Pacífico para doblar el cabo desde el sur será imposible… soplan más de cincuenta nudos… En lugar de eso, vamos a intentar aproximarnos desde un paso interior, a sotavento de la Isla de Hornos.
Mientras saco las últimas fotos, asomada por la banda y cerca del agua para ver mejor unas grandes algas varadas contra el casco del barco, me sorprende una aparición… Llegando desde el fondo, abriéndose paso entre las hojas, viene a mi encuentro una mirada que busca la mía, es un lobito de mar, hermosísimo, y de piel muy brillante, nadando hasta la superficie; sin poder reprimir su curiosidad se asoma él también hasta muy cerca de mí... para enseguida volver a desaparecer... Me llevo de aquí como un tesoro la visión inesperada de un ser de este otro mundo, y de sus enormes y profundos ojos…
Commenti