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CABO DE HORNOS 2


PRIMERAS SINGLADURAS


Me emocionó volver a navegar por el Beagle y su paisaje mágico. Desde la cubierta, disfrutamos de las aguas de un canal tan tranquilo que por momentos no sabíamos si era el barco el que se movía o si eran las montañas las que viajaba alrededor nuestro. El perfil de la cordillera entrando en el mar, al mismo tiempo conocido y nuevo, me maravilló una vez más; navegar por un valle entre montañas… Al atardecer llegamos a Puerto Williams, en la isla Navarino, en Chile, donde amarramos en el Club Micalvi, otro reencuentro…


Compartimos durante la cena la felicidad de la primera noche a bordo. Es tarde pero todavía hay luz; a proa se ven, nevados, los Dientes de Navarino. Son los picos más altos de la isla; por momentos desaparecían entre nubes que bajaban de la montaña. Ya no había dudas, nos habíamos embarcado en la aventura y esa noche dormiríamos arrullados por el sonido de las pequeñas ondas que llegaban desde el canal hasta el casco del barco. Me encanta mi camarote, durante la tarde lo pude estrenar durante un rato; quisiera dormir tan bien en tierra como lo hago acá, ¿será algún efecto benéfico del agua?


Estábamos acoderados a otros muchos barcos venidos desde distintos lugares del mundo,por los que tuvimos que pasar para llegar a tierra cuando a la mañana siguiente bajamos a hacer los trámites para zarpar. Hoy la navegación ya no sería tan plácida. Comenzaba a alcanzar la isla una zona de fuertes vientos que venían acercándose.


En esta región, generalmente, los vientos y corrientes se entuban en los canales de entre las montañas al llegar al archipiélago desde el Pacífico. Por eso, muchas veces, navegar el Beagle dirigiéndose a la desembocadura en el Atlántico, significa dejarse llevar por este movimiento del agua y del aire. Sin embargo, si el viento tiene la suficiente intensidad como para sortear las montañas, no alcanza a entrar de la misma forma en el canal, sino que, llegando desde el sur, recorre con fuerza las islas montañosas, ascendiendo y descendiendo por las laderas y tomando más velocidad al caer al mar desde lo alto; los llaman vientos catabáticos, y toman la forma de violentas rachas sorpresivas que azotan la superficie del agua. Nos acompañaron durante nuestra segunda singladura, desde Puerto Williams hacia aguas cada vez más abiertas…


El paisaje había cambiado completamente; la tranquilidad del canal ahora mostraba su oleaje. Se navegó lo más cerca posible de la pared montañosa para quedar a su reparo. El día, por momentos soleado, tenía una luz muy intensa que dejaba al descubierto los verdes increíblemente profundos del mar. Rodeaban al barco petreles y albatros, a quienes les gusta mucho el viento fuerte; a algunos, muy blancos se los veía volar sobre el fondo del bosque oscuro de la ladera. El aire era helado y denso, por lo que golpeaba con fuerza.


En el cielo, las nubes también se transformaban con la llegada del viento; como si fuesen arcos en tensión, tomaban la forma de curvas modeladas por el frío polar en movimiento hacia el norte. Hay chubascos, algunas tormentas pasan cerca, y el mar se mueve cada vez más…


El pronóstico meteorológico para los días que vienen no es bueno, pero como las condiciones todavía lo permiten, seguiremos navegando durante la noche para adelantarnos lo mejor posible a una baja presión muy extensa que está llegando a la zona. Desistimos de entrar a Puerto Toro, una pequeña población de pescadores que dejamos a estribor hacia el atardecer, y comenzamos el cruce de Bahía Nassau.


Poco a poco vamos perdiendo el reparo de la Isla Navarino, y a medida que avanza la noche, la violencia del mar de estas latitudes se nos empieza a revelar…




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