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RELATOS ANTÁRTICOS 7

















Me despertó la luz plateada de la mañana, reverberando sobre el agua desde la claraboya al lado de mi cucheta. Pequeños trozos de hielo transparente flotaban y brillaban como diamantes traslúcidos, enmarcando la vista del glaciar. Durante el mes de navegación que duró el viaje, cada día empezaría con un paisaje diferente desde esa ventanita.

Un corto recorrido por el interior del archipiélago nos separaba de la base antártica argentina Melchior. Navegamos a la vera de islas ocultas bajo domos de nieve y entre témpanos que cambiaban de formas y coloración conforme avanzábamos; al variar nuestro punto de vista aparecían diferentes facetas de su turquesa profundo, que contrastaba con el agua oscura. Entre las islas se iban abriendo canales que mostraban a lo lejos el mar abierto y salpicado de hielo.

Los exploradores y navegantes polares del siglo XIX, solían referir en sus crónicas la sensación de maravilla que provocaba en sus tripulaciones, y en ellos mismos, la visión de estos paisajes por primera vez. Hay relatos que hablan de haber llegado a un país de hadas, y también de las dificultades para conseguir que los marineros atendiesen el rumbo del barco y las maniobras, en lugar de quedar paralizados por la contemplación.

Y es que aún en el presente, conociendo fotografías, películas, todo tipo de imágenes y narraciones sobre la Antártida, se tiene la impresión de haber llegado a un lugar mágico y muy lejos del mundo del hombre. Quizás esta sensación también embargaba a los integrantes de la dotación que al momento de nuestra visita trabajaba en tareas de restauración y mantenimiento de las instalaciones de Melchior, necesarias después del largo invierno. Nos regalaron una tarde inolvidable, enseñándonos la base, contándonos anécdotas y experiencias de viaje, y compartiendo con nosotros sus vivencias al estar trabajando en condiciones tan duras de clima y aislamiento. Entre ellos había quienes estaban atravesando su bautismo antártico, y también quienes tenían ya muchas campañas en su haber, algunas en latitudes aún más extremas, en la base Belgrano II, al sur del Mar de Weddell, y conocían la visión del las auroras australes durante la larga noche polar de las invernadas. Creo que todos estábamos emocionados con el encuentro.

Melchior es la segunda base antártica argentina más antigua después de Orcadas, y está emplazada en un promontorio rocoso de la isla Observatorio. Literalmente cercada por el domo glaciar y el mar, desde allí no se puede caminar hacia ninguna parte, solo es posible alejarse de la base navegando. Nos contaron que desde una de las entradas al edificio a veces veían pasar a las ballenas, que elegían el canal cercano como vía para sus viajes. Por ese mismo canal nos alejaríamos a la mañana siguiente, nuevamente hacia mar abierto.




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