RELATOS ANTÁRTICOS 4
- natnovaro
- 11 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 18 feb 2022

La mañana en que amanecimos adentrándonos en el Mar de Drake era tranquila. Lejos, a estribor, estaría el Cabo de Hornos. Un sol suave iluminaba la superficie del agua, pero el clima amigable no impedía la agitación del mar.
Esta zona, donde la Cordillera de los Andes termina de sumergirse, se caracteriza por su oleaje desordenado y su intenso mar de fondo. El mar subantártico, animado por la corriente circunpolar que gira en el sentido de las agujas del reloj, después de un largo y ancho camino al sur del Océano Pacífico, se encuentra abruptamente en una boca de embudo formada entre el continente americano y la península antártica, lo que hace que corrientes y oleajes se intensifiquen. Allí, además, las montañas que vemos meterse al mar a lo largo de los canales fueguinos, con su cimas y su valles, continúan en el lecho sumergido, donde generan enormes contrastes de profundidad que se traducen en turbulencias de la superficie.
Fuimos avanzando con poco viento por este mar. Siempre a motor, y ayudados por la vela de proa para dar estabilidad al barco. Se trataba de cruzar al otro lado en el menor tiempo posible, para no tentar a la suerte…
Llegar a Antártida nos llevó cuatro días de navegación, durante los cuales la vida a bordo transcurrió dentro de la cabina. La cubierta, en el Pasaje de Drake, siempre es peligrosa, pero hubieron momentos en que se pudo salir a mirar el mar y a respirar el aire frío de la superficie. La escala del océano en esas latitudes, la sensación de lejanía, de inmensidad, resultaban subyugantes.
El oleaje parecía no seguir ningún patrón regular o dirección en particular. Recordé una frase de Vito Dumas, quien hablaba de “el lomo de las olas”; y es que aquel mar, por momentos daba la idea de tener vida, tan pesado y profundo era su movimiento, como si se tratase de metal fundido y no de agua… las olas parecían animales que se iban entrelazando entre sí…
Sobre ese mar de fondo tan extraño por el que poco a poco avanzábamos, en alguna medida tuve la vivencia de estar atravesando una especie de situación iniciática, una zona de vórtice a donde confluían las energías de diferentes océanos. Sobre todo daba una sensación sobrecogedora la visión de todo esto desde la cubierta… el sonido del oleaje bramando despacio, como dormitando, su furia al acecho… el ruido del motor del barco que se alejaba y que el mar devolvía bajo la forma de un eco…
Recuerdo haber visto, desde la ventanita de mi cucheta, un amanecer de reflejos naranjas sobre un agua muy oscura, de un azul casi negro de tan hondo; el sol apenas si conseguía hacerse ver entre brumas rojas… aquello no era de este mundo.
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