RELATOS ANTÁRTICOS 11
Llegábamos al final de la navegación por el Estrecho de Gerlache y nos aproximábamos al Canal Lemaire. Las montañas de la costa se fueron haciendo más altas, anunciando que nos estábamos acercando a su puerta. El canal es un angosto pasaje de agua flanqueado por altos muros de piedra; de entre las grietas se asoman glaciares suspendidos hacia el vacío. La superficie del mar encerrado dentro del paso se transforma, por la altitud de las paredes que lo ciernen, en un espejo inmóvil y oscuro que refleja el colorido de los témpanos que suelen quedar atrapados allí. Se producen variados efectos visuales, diferentes según las condiciones de luz reinantes, pero que son siempre muy hermosos.
Guardaba un imborrable recuerdo de este lugar, que había conocido unos años atrás. Aquella vez, habíamos entrado durante el atardecer del sol de medianoche, al que veíamos ponerse en la desembocadura. Era fines de noviembre, por lo que había gran cantidad de nieve acumulada en los promontorios de las laderas que caían a pique, y mucho hielo. En ocasiones los icebergs pueden llegar a bloquear el canal por completo. Nuestro barco pudo entrar. Mientras navegábamos hacia el interior, nos iba rodeando el espectáculo de los témpanos, que a manera de enormes cristales, descomponían la última luz del día en formas multicolores que se multiplicaban en la superficie muy negra del agua. El contraste de los vivos colores con el fondo oscuro modelaba un paisaje impactante de dibujos sobrenaturales que se transformaban a nuestro paso. Avanzar por el canal era como girar lentamente un caleidoscopio que modificaba el diseño de sus formas con el movimiento. Intensos violáceos, turquesas y naranjas se desplegaban en forma de estrellas fantásticas. Las imágenes se proyectaban en la pulida extensión del mar, infinitamente quieta, tanto que no parecía la superficie del agua sino un espejo de onix negro brillando. Este lugar irreal sería el punto más austral al que llegaríamos en aquel viaje.
Ahora, en cambio, íbamos a terminar de transponer el Lemaire para seguir bajando hacia el sur, rumbo a la Base ucraniana Vernadsky. Esta vez llegamos a plena luz de un día muy azul. Me emocionó reconocer el perfil del cabo que señala la entrada, con sus enormes picos en forma de columnas cónicas que se elevan majestuosamente hacia el cielo. Dicen que los dibujos que la nieve traza en las montañas solían servir de guía a los navegantes de zonas polares, como si fueran huellas dactilares irrepetibles. Sobre todo en épocas en que estas regiones no estaban todavía cartografiadas, los diseños del paisaje eran la principal forma de orientación. El particular dibujo del Cabo Renard resulta inconfundible desde muy lejos.
Cuando nos acercamos, después de navegar algunas horas entre pequeños escombros de hielo, en el exterior del pasaje el aire no podía ser más diáfano y el azul del mar más resplandeciente. Al penetrar en las aguas interiores el paisaje cambió. El agua tomó un matiz verde oscuro muy profundo, y varadas dentro del paso, misteriosas formas de hielo muy blanco languidecían envueltas en bruma…
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