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RELATOS ANTÁRTICOS 1

















Cuando era chica, mi padre, que solía navegar mucho, me contaba que de noche, cuando el mar moja, las velas parecen llenas de estrellas.


Yo nunca había visto estas luminiscencias del mar, hasta la noche en que finalmente navegábamos saliendo del Canal de Beagle rumbo a Antártida. Habíamos zarpado de Puerto Williams esa tarde, después de algunos días de espera por cuestiones meteorológicas. Navegamos un atardecer que alternaba lluvias, cielos naranjas y arco iris por todos lados. A los costados del canal las últimas estribaciones de la cordillera.


Se fue haciendo la noche; bastante cerrada y sin luna. Solo había al sur un resplandor claro en el horizonte. La ladera de la montaña ya tampoco se veía, pero nos llegaba el perfume de bosque. La estela del barco empezó a brillar.


Mirábamos desde la cubierta este espectáculo del Beagle de noche, cuando nos sobresaltó otra estela brillante que viniendo desde lejos nos alcanzó como una flecha. Entonces frenó el nado acompañando al barco. Nos dimos cuenta de que era un delfín cuando saltó al lado nuestro y el agua fosforescente que llevaba pegada al cuerpo nos lo mostró dibujado al detalle. Después se sumergió de nuevo, abriendo una estrella de luz en el agua oscura.


Siguieron llegando durante varias horas, de a uno o de a dos; se acercaban al ver pasar el barco. Nos acompañaron hasta muy tarde. Parecía que nos deseaban buen viaje.

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